Por Magaly Zapata desde Sevilla
Fue la primera de la Feria del veranillo de San Miguel. Más de 35 grados a la sombra, que sentada en tendido alto de sol pasa a ser un eufemismo. Pero estuve, y aunque haya sido con el sol directo a los ojos y columna delante, estuve, y para mi volver a Sevilla siempre tiene su encanto, en el rincón que te pares o en el hueco que te toque ocupar y aunque un abanico puede salvarte la vida, lo que menos es la condición del ganado, porque tras lo dicho el tedio y tras ello la desazón. Pero si los toreros hacen el esfuerzo, los aficionados también porque llega el frío chorro de toreo y todo se compone.
Y así fue cuando Morante vestido de pasamaneria en blanco como sus áureas medias, meció su capote con ritmo y compás mejor y más logrado en el primero aunque ni uno ni otro tuvo suficiente contenido como para que aquello escalara. La ovación que lo hizo salir de la tronera tras el paseíllo por el rabo y su puerta del príncipe ferial de abril, fue de erizar.
Manzanares toreó como los dioses. Técnicamente perfecto en sus dos toros, colocación en corto, muy cerca porque los suyos no derrochaban recorrido, con poca fuerza, sin clase, abriéndose el primero pero dejándole la muleta en la cara lo enganchaba y su exquisito temple, llave mágica para que surja el toreo, sostenía y conducía la floja y rebrincada embestida. Lo consintió al inicio y una vez entregado sin voluntad atacaba cuando se venía a menos, ese paso adelante en el giro fue clave para que la obra se alargara, siempre ligando en una loseta, y al final atacar en naturales. Sublime el toreo con la derecha echando los vuelos y ligando en un palmo, el clímax fue un remate en natural tan largo que fue redondo y engarzó el remate seguido de pecho tan largo y por bajo que pareció un circular. Oro puro. Lamentable el pinchazo con la espada. Ovación y saludos. En otro, valió tanto su temple que conjuró el incómodo calamocheo al final de cada muletazo con el que el toro creía que cogia la tela. Espadazo pero no hubo petición. No entendí. No entiendo.
Pablo Aguado se llevó una oreja del tercero el terciado y que mejor se movió aunque sin las fuerzas para sacar su fondo de casta. Con su gracia y parsimonia, además de suavidad en mover las muñecas era un deleite verlo y degustarlo recrearse en cada lance en cada suerte. Verónicas, chicuelinas suaves y marcadas de mano alta, los molinetes muy sevillanos, y el temple suave que selló con una estocada atrás y perpendicular de efecto rápido. Con el otro, el más terciado y vareado, muy flojo de remos, aburrió por sus ganas.
Y así se fue la primera tarde de San Miguel con un encierro de García Jiménez que no tuvo correlato con su historia. Y nosotros emprendemos camino a Madrid para vivir la despedida de don Julián así como vivimos la de Nimes.