"Nimes y las seis faenas como seis escenas del auto sacrificial que escribió José Tomás en sus arenas, desde el mismo momento que descendió de su gloria y puso pie a tierra para cruzar el umbral de Los Cónsules, son un punto de inflexión en la historia del toreo, en su historia y en la afición de todos cuantos tuvimos el privilegio de ser testigo presencial del acto. "
AMERICA.- DÉJAME QUE TE CUENTE
Entre lo humano y lo divino está José Tomás
Me instalé muy temprano en la tribuna toril de Les Arènes de Nimes porque presentía que podía suceder algo excepcional y quería sentirlo, vivirlo, desde muy temprano. Podía ser un día histórico pero jamás imaginé que la mañana del domingo 16 de setiembre llegaría mi conversión.
Caminé por las calles añejas y blancas y tenía la sensación de ver en los peregrinos esa introspección de quien se acerca al templo en busca de una verdad, de una palabra que cambie su vida, con el convencimiento de encontrar en ese auto sacramental al ser iluminado, exhaltado, divino que les muestre el camino.
No encuentro otra forma de explicar lo que allí sucedió. Todo fue un conjuro silencioso, porque ese ambiente tuvo la corrida. Fue una sinergia de voluntades. Nada tuvo de fiesta y sí de rito, de afirmación de la fe. Lo de Nimes fue a tal punto mágico que trascendió el plano terrenal y el oficiante nos transportó con él a un plano superior donde -ahora sí estoy convencida- él habita.
Confieso que no me creía iniciada pero vine dispuesta a ver con los ojos del alma lo que el oficiante hubiera de proponer. Y así empezó a enlazarse cada escena desde el solemne ritual del paseíllo con el maestro erguido andando a paso firme hasta su vuelta al ruedo levantado a hombros, tanto como ya estando fuera del templo descender al plano terrenal para salir por su propio pie mezclándose entre los humanos y nos diéramos cuenta que -fuera del tiesto de arena- él también es mortal.
Todo confluyó en Nimes esta tarde. Marco especial y singular que por su arquitectura hace que lo que abajo trascurre llegue sonoramente como si sucedieran al lado, las voces y evoluciones. Y que la música se sienta como en una 'piccola Scala'.
Los seis escogidos para el ritual colaboraron, con sus matices de bravura y comportamiento, para que la celebracíon mantuviera el tono y tesitura que el oficiante quiso imprimir a la totalidad de su obra.
Manejó tanto y tan bien el desarrollo de la corrida que sentí fluir todo sin estridencias, sin violencias, sin prisas. Todo tuvo ritmo y compás. Todo cuanto hizo y cuidó que hicieran sus acólitos, tuvo la pausa y el tempopara homogenizar y detener, hasta el viento, ese mistral que venía azotando la ciudad de forma huracanada.
Variedad, temple, gusto, hondura, recreación en la ejecución de una técnica que todos tienen bien aprendida, como él, pero que en su muleta esta vez lo sentí diferente. No fue el kamikaze que atropella la razón en lucha contra la bestia. Ejerció como un sumo sacerdote del toreo que desde su paz interior expresa con sus manos lo que su corazón y alma necesitan decir. Trascendió y nos hizo trascender, sentir que el toreo, su toreo, dejaba el plano terrenal para elevarse a uno superior, conmocionándonos el pensamiento y alterándonos la realidad.
Nimes y las seis faenas como seis escenas del auto sacrificial que escribió José Tomás en sus arenas, desde el mismo momento que descendió de su gloria y puso pie a tierra para cruzar el umbral de Los Cónsules, son un punto de inflexión en la historia del toreo, en su historia y en la afición de todos cuantos tuvimos el privilegio de ser testigo presencial del acto.
Desde hoy ya nada será igual porque el toreo tiene un nuevo pontífice. Se llama José Tomás, que con su arte y expresión angelada convirtió el anfiteatro romano en una reducida, enigmática y mística capilla sixtina para el toreo, donde preservar la fe en su grandeza y evocar la trascendencia de su arte.