ZABALA DE LA SERNA / Madrid
La antigua Corrida de la Beneficencia se anunciaba como Extraordinaria: «Extraordinaria Corrida de la Beneficencia». Hoy, a las 21.15, a telón bajado, apagados los focos, como extraordinario, en dos horas, sólo pueden catalogarse la presencia del Príncipe de Asturias y la ciencia de El Juli. Del latín extraordinarius: fuera del orden o regla natural o común. De hecho, la corrida atendió a lo ordinario en un mes de toros. Una corrida excesivamente desigual para haberse adelantado sir Carlos Abella a todos los taurinos y pregonarlo por todos los rincones del universo: «Menuda corrida traigo». Como quien vende el cuponazo. Escribo Abella por no embarullarnos en responsabilidades de taberna, cercados y taurineo. Estas decepciones suceden cuando uno espera seis láminas para la que se dice la corrida más importante de la temporada en Madrid.
Los toros de Victoriano del Río se parecían en sus hechuras y remates lo que Tip a Coll. Moverse se movieron, lo que no quedó tan claro fue el fondo. A movimientos no le ganó ninguno al terciado tercero. Descoordinado, desacompasado de caderas, mal apoyado. Las intenciones por un lado y el cuerpo por otro. Sólo que la hoja de ruta que lo guiaba era la bravura. Y la que mantenía la cara colocada en los vuelos de El Juli. La cabeza sí seguía una línea entre las contorsiones del cuerpo, los saltos y los descuajeringados cuartos traseros. La excepcionalidad de Juli residió en que aquella embestida alocada no tocase ni una sola vez la muleta. Acaba de torear Morante tremendamente incomodado por el viento en el tercio, y cuando Julián pisó los medios con la izquierda ofrecida y arrastrada no hubo sitio siquiera para una brisa. Las banderas, sin embargo, seguían ondeando con la misma intensidad. Y allí los naturales surcaban esplenderosos la tempestad, las voces, el descaderamiento a brincos del toro, la motricidad convulsiva reconducida por el gobierno limpio del torero. Un gobierno inmaculado en España es como hablar con Dios, un suceso extraordinario, como el que provocaba la zocata julista. Pero el toro cada vez más limado de su baile lucía estrecho como una loncha de cecina cortada a máquina. Y aquí no se entiende como una maquinaria engrasada como el cerebro de El Juli, o equipo julista, no apuesta al alza para marcar las diferencias y tropieza en la piedra de la comodidad que otros a todas luces necesitan.
Para tropezón el que emborronó la meritísima faena de Juli, cuando el toro se desentendía ya de la bravura que lo había mantenido. El matador lo cuadró en los terrenos en los que había basculado y allí se perfiló. En el momento clave de la estocada, el toro volvió a cortocircuitar en su motricidad. Un extraño y el salto de El Juli cayó por la misma barriga. El bajonazo hilvanaba el costillar, asomaba, hacía guardia. Accidental pero feo.
Entre este tercero, para casi seis años, por cierto, y el sexto había un océano de diferencia, en hondura y prestancia. Un quite de El Juli se fundió en una soberbia media verónica. Se movía el toro, ordenadamente. Una serie muy roto encajado por la poderosa derecha y otra del mismo patrón desfondaron al bruto. De la movilidad a cero.
A Morante de la Puebla le persigue una suerte amarga. En los hermosos lances al cinqueño segundo, de buena cara y cuerpo no cuajado, asomaba el genio de la Puebla. Aparentó falsamente el toro falta de fuerza. Un tirón al ponerlo en el caballo le hizo perder las manos una sola vez. Pero luego se creció con carbón y motor, sin terminar nunca de humillar, mejor por la derecha, ligada y ligera, la cintura encajada. Por la izquierda, el toro soltaba la cara -la corrida entera tuvo ese punto-, el viento enredó la muleta, Morante se desmoralizó en un desarme; el momento de apretar había pasado porque el burraco quinto no fue enemigo ni para la lírica ni para la épica.
Juan Mora realizó un esfuerzo con el orientado toro de vueltos pitones que estrenaba la corrida extraordinaria. Se escupió del caballo, se quitó el palo, se orientó pronto por el izquierdo. Las apuestas sobre cuánto le iba a durar subieron. Y Mora sorprendió armado de amor propio y lo metió en la muleta en dos tandas inesperadas. Demostrado el orgullo, ya no hubo nada más que mostrar y desefundó la espada. Coitus interruptus. Los pitones se deslizaron por su rostro con inmensa fortuna. El cuarto, más metido en carnes y compensado con menor cara, valió para que Mora y Morante entraran en liza en un tercio de quites más voluntarioso que brillante, por delantales enganchados y chicuelinas aladas. Después, detalles veteranos ante el pobre celo. Nada extraordinario. Ni benéfico.