Por ser el toreo tan hondamente tradicional, me ha hecho pensar la posibilidad de crear en Lima, en esta devota y castiza Ciudad de los Reyes,
las
corridas del Señor de los Milagros…
en fechas que coinciden con la Primavera limeña, de días templados y muchas veces soleados, en los que el último domingo de octubre y los siguientes de noviembre,podrían realizarse corridas de postín…
Y los diestros lucirían al presentarse
un traje morado y oro
Esencia. Identidad. Un traje morado y oro, una feria de
postín, las corridas del Señor de los Milagros.
Fue así como pensó, meditó y soñó
nuestra feria limeña el Zeñó Manué, así,
a su manera, y gracias a la ambición taurina mostrada por don Fernando Graña, a
la sazón empresario del Acho, es que el sueño se hizo realidad, un día como hoy hace 78 años, en el día de la
raza, o en el día de la Hispanidad. Fue un
sábado 12 de octubre del año 1946 que se
dio la corrida inaugural de la primera feria limeña, y aunque el cartel oficial
decía Feria de Octubre, la idea de su
creación fue en honor a la festividad del
Señor de los Milagros como homenaje a los cientos de miles de fieles devotos que van en místico peregrinar
de fervor popular como muestra de tradición limeña.
Esencia e identidad.
Identidad y esencia. Eso es lo que resumen nuestras tradiciones, por eso
caló la idea de unir las dos muestras de identidad popular más importantes de
nuestro país, la del Señor de los Milagros y la de los toros, la de ver toros en Lima en el
mes de la festivad del Nazareno, y porque
ésta ya era una costumbre de mucho antes
–y no sólo en Lima- permítaseme una digresión
oportuna, aun cuando el tema de estas
crónicas trate de las efemérides de nuestra feria limeña en tiempo que
discurrimos por el mes grande de nuestras
tradiciones, el morado mes de octubre.
Y es que nuestra Lima, Ciudad de los Reyes, vio toros
desde 1538-1540 a decir de los historiadores y tradicionistas, sea por
la celebración en torno a la consagración de los óleos por el obispo fray Vicente de Valverde, primer
colonizador evangélico, o sea que las
huestes pizarristas celebraban la derrota de los alamgristas, o sea que el
propio Francisco Pizarro alanceó un torete en alguna de esas fechas, y como era
en esos tiempos, tan magnas celebraciones se hacían en la Plaza Mayor de la
ciudad.
Nótese que al hablar de toros hablamos de Lima. De su Identidad, misma que nació y transcurrió los 300
años del Virreinato hasta nuestros días y que con la fuerza de la costumbre y del
arraigo popular devino en su esencia, en parte importante de su acervo cultural, su tradición.
Y nótese también que hablamos de marzo, porque es posible que ahí se entronque la tradición
de ver los toros en las épocas del
verano limeño, y de sus hitos: La fecha
inaugural de la plaza de toros del Acho un 30 de enero del 1766 y la de su reinauguración por la ampliación
de su capacidad, un 7 de enero de 1945, para
ponerla a tono con los tiempos “modernos” del toreo que exigían contar con
mayor capacidad para poder afrontar el caché de las figuras españolas. Y ese no era otro que Manolete. Y aunque el monstruo cordobés se presentara en la Plaza del Acho en marzo de 1946 volvió
para inaugurar la Feria del Señor de los Milagros en el mes de octubre.
Sonó el clarín a las 3.30 de la tarde, en punto, y
aparecieron por el patio de cuadrillas los toreros, el andaluz Manolete -vestido
de malva y oro con un capote de paseo nazareno-, el mexicano Luis Procuna -de
morado y oro- y el peruano Alejandro Montani -de morado y plata-, lidiaron
toros mexicanos de La Punta y desde
entonces observar se pudo el cartel anunciando hierro y ganadería en una parte
frontal de Sol y de Sombra.
El primer toro que salió de toriles en esa primera feria limeña fue un negro azabache que
se llamó “Buñuelero No. 116”, terciado como toda la corrida que se comportó sosa
y mansurrona.
Procuna inauguró la puerta grande de la historia de nuestra feria, fue el único que tocó pelo ese día (dos orejas y vuelta) porque en su faena de
triunfo formó un alboroto en las graderías por su valor y arrebato; el peruano Alejandro Montani (vuelta y palmas)
destacó en los naturales de su primero; y el esperado Manolete oyó palmas y
pitos en su primero, tuvo menos opciones
con su lote (división y ovación), a ese “Buñuelero”
lo sujetó en su huida con buenos derechazos y mató de dos pinchazos y descabello;
con el otro, casi pasó inédito, media estocada y descabello, declaró que tuvo
un lote muy soso, desesperante y que no se pudo acoplar ni torear a gusto.
En aquella primera feria limeña que se dio entre el 12 de
octubre y 3 de noviembre, cuenta la historia que se cortaron orejas, rabos (sí, en plural) y pata… muchos sucesos que merecen recordarse
porque hacen que nuestra Acho del alma siga viva en la memoria colectiva de los
buenos aficionados.
Pienso, medito y sueño y me emociona, como a usted, saber que voy a vivir ese primer domingo de
feria, volver a oír el bordón de una guitarra retumbar en los machones del Patio de Sol; pienso en su historia, leo, releo y me detengo en sus detalles, y sueño con
faenas de arte y valor; pienso, medito y
sueño y me ilusiona ver a los toreros en
sus oros
nazarenos como soñó don Manuel, y es que no existe
más sentido homenaje a nuestra tradición taurina y
especial respeto a la devoción de nuestra Lima y a su Cristo de
Pachacamilla.
Pienso, medito y sueño,
a mi manera, y a mi manera divago entre palabras de Zeñó Manué y Chabuca, me estremecen sus alegatos por la identidad de Lima, que aquella
cruz del cerro que en su alta soledad columbra la historia, alce su voz hasta el mar para que
vuelva cargada de verdad, la verdad del
toreo, que subsista el toro para que no se quiebre el drama, para que no se
hiera su esencia.