Por Magaly Zapata
La de hoy fue una tarde en la que se celebró los 40 años de la ganadería Camponuevo, propiedad del matador don Rafael Puga que con empeño y esmero cría toros de lidia, labor que a día de hoy comparte con su hija Marisol. Para ellos y la familia el agradecimiento como aficionada. No es fácil dedicar alma, corazón y vida al toro, un hermoso animal que puede darte tanto de cal como de arena; tanto de grandeza como de pesar. Y para ello aquí dejo reseñado el que para mi fue el mejor toro de la corrida, el sexto, y al que algunos sensibles a la calidad y bravura despidieron con ovación en pie pero que no recibió premio como era menester, un arrastre lento en vuelta al ruedo, su nombre 'tapabocas', un dije por sus hechuras, corto de manos, descolgado, bonita y armónica cornamenta y así fue como embistió en la muleta de Alfonso de Lima. Un encierro en sus dos hierros en el que al menos 4 debieron irse desorejados.
Una foto vale más que mil palabras, dicen. Pero en toros no siempre es así. La foto final aupó un triunfador numérico de la tarde que para el sentir de muchos puede que no refleje lo que se vio y percibió en el redondel de arena hoy en la plaza de toros La Esperanza en Lurín. Y mucho de ello patrocinado por decisiones del palco presidencial en la concesión de trofeos y por dar paso a un toro de regalo. Quizás no haya reglamento que lo precise pero esa licencia rompe con el equilibrio de fuerzas sabiamente delimitadas dentro del rito, como el enlotado, el sorteo y en ello el azar que otorga a cada quien lo suyo. Eso y nada más.
Dicho esto se me antoja empezar por lo fanagoso y eso nos sitúa en el palco de Usía, otorga trofeo con división en el quinto y ello obliga al segundo de terna, el español Emilio Serna, a pasar el mal trago de recibir pitos y oreja y tener que dejarla para recibir aplausos en la vuelta. Y esa moda que denota indecisión, ese mete y saca pañuelo velozmente como no queriendo hacerse cargo de una decisión. Incomprensible. Esta plaza hay que cuidarla para que gane fama y categoría.
A este punto es menester señalar que en su primero la faena tuvo su momento de miedo ante el revolcón que sufrió el diestro por iniciar trasteo por el pitón donde el toro se vencía. Y lamentablemente tras el susto y el esfuerzo sobrevino el disgusto de no firmar la faena. Y en el regalado, iba bien aún con la debilidad del astado pero enterró pitones y el costalazo lo perjudicó. Metía bien la cara. Aguantó faena larga. Espada entera pero desprendida. Leve petición y oreja. 1 y 1 abren puerta grande… pero de menor calado por el desaguisado relatado.
Espada entera te dije antes y eso es un oasis en tarde de pinchazos que se llevaron grandes triunfos. Porque esa puerta grande debió ser compartida si la tizona en la suprema suerte hubiera funcionado parejo y bien. Cristóbal Pardo podría haber cortado 1 y 2 y sí que se llevó el lote; y Alfonso de Lima hasta las 4 a los suyos.
El colombiano Pardo abrió plaza. El primero lo dejó estar y pudo torear a gusto con temple, tuvo clase aunque justas las fuerzas iba para trofeo y pinchó. Con el cuarto, más alto de cruz, tuvo un pitón izquierdo de calidad y aunque no sustentó en él su faena que bien pudo, si nos regaló naturales como gotas cristalinas. Y otra vez cuando la cosa pintaba trofeos, pinchó.
Y que decir de Alfonso. Ha reaparecido en sazón de madurez, con gusto para torear. Algo nos dejó avizorar en aquel festival de la reactivación; lo confirmó con dos correosos el 17 en Cieneguilla y metió dos toros en el canasto, dos. Con firmeza y convicción, los toreó como buenos desde el capote que ahora despliega con sensibilidad y gusto para mecerlo y detener el tiempo. Hoy lo vimos mejor si cabe, torear así con el capote es privilegio de pocos. Su expresión en la arena también con la muleta es como paladear un buen vino de solera, el que asentó sus esencias con el paso del tiempo. No lucha, invita, comparte con el toro para crear. Así toreó hoy a los dos de su lote. Con tiempos, con pausas, con colocación, con los vuelos, con sutileza y con mando. Dice que ya no le queda mucho en esto… pero lo consiguió. Hoy es un torero con solera.
Y aquí quiero partir una lanza por el público y la emotiva vuelta que regaló a su torero en el primero de su lote. En pie con ovación de corazón. Ver su lento andar y mirar la reacción del tendido, como se entregaba en cariñoso aplauso me emocionó. No sé porqué tengo la sensación que Alfonso ha calado en el gusto de la afición 'de La Esperanza' y se ha reencontrado con la de Acho, desde aquel indulto a Vencedor 2012. Un torero que se ha crecido y ha madurado en pandemia. Ha ganado en expresión y sentimiento y eso llega y trasciende al tendido. Gusta y se gusta. Y esas son las mieles que le vimos disfrutar en cada una de sus dos vueltas al anillo. Para eso, señor, no es necesario tocar pelo, porque el anaquel personal del buen aficionado lo atesorará.
Sabrá usted disculpar el desorden de esta crónica y es porque no está sujeta sino a sensaciones y pareceres, que en ello están las esencias del toreo.
Ir a una corrida de toros es renovar un acto de fe. Peregrinar a La Esperanza es un viajar con la ilusión de disfrutar de la belleza, del color, del arte, de la danza, de la música en un escenario que cada día más, se asienta en la calidez que una casa de toros te da, cuando se cuida con esmero y cariño.