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martes, 4 de febrero de 2025

4 y rabo. Roca Rey escribe en oro su historia en La México.

Por Vania Thaiš desde CDMX

La Plaza México vibró esta tarde con una cartelera que prometía emociones y que, en efecto, dejó huella en la memoria de la afición. Joselito Adame, Andrés Roca Rey y Arturo Gilio se midieron ante los toros de Xajay, una ganadería mexicana con historial de bravura, aunque con desigual comportamiento en la tarde.

El primero en salir al ruedo fue Joselito Adame, quien enfrentó un toro flojo, sin recorrido ni humillación. Desde el inicio, la faena estuvo marcada por la falta de control del matador, con un toro que no iba al centro y que complicó su lidia. Adame no logró encontrar el sitio y el desorden reinó en la plaza: un mal picado, un par de banderillas defectuosas y una ejecución poco inspirada. Fue una primera actuación decepcionante.

En contraste, el primer toro de Andrés Roca Rey marcó el punto de inflexión en la tarde. Con más movilidad y mejores condiciones, permitió al torero peruano mostrar su maestría. Desde el inicio, la plaza admiró la forma en que Roca Rey moldeó la embestida de su oponente. Con temple y valor, el limeño se hincó al recibirlo con el capote, mostrando una conexión total con el toro. La lidia fue impecable: la cuadrilla trabajó con limpieza en banderillas y picada, y el matador culminó con una estocada certera. El público, encendido, agitó los pañuelos y el juez concedió dos orejas en premio a la ejecución rotunda.

En su primer turno, Arturo Gilio no logró brillar. Su faena fue sosa, quedando en evidencia la diferencia de experiencia con Adame y la clase de Roca Rey. Además, la cuadrilla no ayudó: dos de las seis banderillas fueron mal colocadas y el picador excedió la fuerza. Lo peor vino en la suerte suprema: Gilio tardó tres intentos en matar al toro, dejando un sabor amargo en la afición.

Para el segundo toro de Adame, quedó claro que el problema no era la ganadería, sino el propio torero. Este ejemplar mostró bravura y nobleza, pero Adame lució distraído y fuera de ritmo. La ejecución con la espada fue desastrosa, fallando hasta en cinco ocasiones antes de lograr la estocada final. La afición, entre la tristeza y el desconcierto, apenas aplaudió su salida.

Por su parte, el segundo toro de Roca Rey fue una obra maestra en la arena. El matador limeño decidió recibirlo de hinojos, pero esta vez de espaldas, generando un instante de tensión que levantó el ánimo de la Plaza México. Con capote y muleta, la faena fue de una armonía absoluta: la cuadrilla ejecutó con pulcritud, el picador cumplió con precisión y Roca Rey coreografió cada pase como un poema en movimiento. La estocada final fue un relámpago de eficacia y el toro cayó rápidamente. El delirio en la plaza no se hizo esperar: flamearon banderas peruanas y los pañuelos inundaron los tendidos. La presión de la afición obligó al juez a conceder dos orejas y rabo, consagrando la tarde para el torero.

Finalmente, Gilio intentó reponerse en su segundo turno. Su desempeño fue mejor que el primero, pero aún con dificultades en la ejecución de los pases y, sobre todo, en la estocada. El cierre de la corrida dejó en claro que Roca Rey fue el gran triunfador de la tarde. El peruano salió en hombros de la Plaza México, consagrado en la gloria de una tarde inolvidable, ante uno de los públicos más exigentes del mundo taurino.



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