Desde el siglo pasado que no se corta un rabo en Acho. El último en hacerlo fue el maestro Enrique Ponce Martínez y el primero fue Manuel Rodríguez “Manolete”. Estos serán entonces los parámetros históricos que limitarán esta historia de feria nazarena de un día como hoy, Domingo 13 de octubre.
Y se trata de un apunte que empezó precisamente un domingo 13 de octubre de 1946, así es, un día como hoy, Domingo y 13, cuando el llamado “monstruo cordobés” Manolete cortó el primer rabo en la historia de la Feria del Señor de los Milagros.
Foto de Manolete del libro autoría Juan Elias Miletich/Foto Ponce de Agustín Carbone |
Había llegado por segunda vez en la temporada del 1946 para ser protagonista importante del cartel inaugural de la primera feria nazarena y como ningún otro, quizás incluso a día de hoy, se había presentado, es decir a torear por primera vez en nuestra Plaza del Acho, en marzo de ese año en calidad de mandón del toreo, no sólo de primera figura, mandón implica mucho más que eso.
Y esa tarde, segunda del primer abono ferial, confirmó el
cartel que le precedía y que hizo que otra vez se viera la Plaza del Acho con
un segundo lleno de bandera consecutivo y gente en estado expectante por ver
que el mandón de la fiesta no sólo se
justifique sino que triunfe, porque en el triunfo del torero está el disfrute
del aficionado, y Manolete no
defraudó.
Esta vez vistió de morado y oro y no le correspondió ser
director de lidia, por delante iría el mexicano Manuel Espinoza “Armillita” que
dio vuelta al ruedo en cada uno de su lote y abrochaba terna el también
mexicano Luis Procuna que había ya inaugurado la víspera la puerta grande
ferial nazarena en el Acho.
Dicen los acuciosos investigadores que esta ha sido la mejor
faena de Manolete en Acho. El toro que
pasó a la historia gracias a la poderosa muleta de Manolete se llamó “Chavo No.
103” del hierro mexicano Matancillas y reseñan que fue bravo y noble,
condiciones que permitieron al Califa del Toreo expresarse en el ruedo como
artista poderoso.
No ha sido el cordobés de lo más graneado en el uso del capote sin embargo Lima en esa faena pudo verlo y disfrutar su toreo a la verónica, erguido y seco, y en especial disfrutar del aroma de aquella “solitaria rosa púrpura que posa en el aire, su media verónica corta y tajante”.
Zeñó Manué, que no era dado al halago fácil, sentenció también que Manolete era un artista colosal y lidiador de admirable vergüenza torera porque siempre hizo cuanto pudo para halagar al respetable y como ninguno toreó erguido y quieto, lenta y parsimoniosamente, al borde mismo de las astas…
El inicio fue con ayudados por alto sin quebrar la figura, los naturales fueron un portento, los derechazos ceñidísimos, imposible torear más cerca, molinetes valentísimos, un cierre con pase cambiado por la espalda y cuatro manoletinas estatuarias (observe usted la foto, mentón hunido en el pecho y la figura cual escultura marmórea) hicieron que el público aclamara delirante. Era imposible torear más cerca. Mató sin puntilla y llegó la apoteosis. Dos orejas y rabo que paseó trajeado de morado y oro como premio a una faena “en Acho cuyo clasicismo, cuyo temple y lentitud, cuya verdad, cuyo arte inimitable quedan allí en la arena limeña, la serenidad de su ritmo y el ritmo de su serenidad…”
De Manolete
e Enrique Ponce… 46 rabos transcurridos en la feria limeña
El dato de los 46 rabos cortados en la feria limeña nos lo dejó don Moisés Espinoza Zárate en una publicación realizada en la Revista Taurina Alamares, precisamente el concluir la temporada del año 2000. El decano de los corresponsales taurinos nacionales fue en vida un meticuloso registrador de los hitos y la historia de nuestra feria. Esta es una muestra algo que a día de hoy no ha perdido vigencia.
Ad portas del nuevo siglo que entraría el 1 de enero del
2001 y cuando discurríamos los
estertores del Siglo XX , fue el maestro
valenciano Enrique Ponce quien nos regaló una faena que sin duda se encuentra
en la colección antológica del buen aficionado, aquella de ensoñación, de la
sublimación de la maestría en el arte de lidiar toros que es el torear, de
poder sutil y majestuoso, de aromas a
jazmín que emanan de su difícil facilidad al ejecutar un toreo pleno de
plasticidad estética y no exento de
poderío, de ese toreo perfecto como lo
calificó Antonio Caballero en su libro Siete Pilares del Toreo.
Era la octava de feria, era
domingo, era 26 de noviembre del
año 2000. Ponce había estado ausente
tres ediciones, desde 1997. Se sentía entre los aficionados las ganas de verlo
otra vez en Acho. Pues Enrique Ponce llegó y navegó entre mar de gente del patio de Sol
enfundado en un hermoso traje grana y oro.
Dicen que es el color que usan los valientes y yo añadiría que también
los estetas. Porque el arte en Ponce, es
sin duda su valor esencial.
Aquella tarde alternó con Luguillano que hizo el paseíllo
desmonterado por ser nuevo en plaza (saludos y palmas) y Manuel Caballero (saludos y ovación). Y la
gran atracción, no sólo de esa tarde, era ver ganado español del prestigioso
hierro de Juan Pedro Domecq, 1º 2º y 3º y tres del otro hierro de la casa, el de
Parladé. Correspondió uno de cada
hierros a los coletas. Ponce en su
primero, el mansito de la corrida, fue silenciado. Pero salió el cuarto de la tarde, “Halcón No. 9” al
que le cortó orejas y rabo, el último hasta hoy que se ha cortado en el Acho en los 78
años de historia de su feria nazarena. Y, a confesión de parte referida en la revista taurina Alamares que editaba por
aquellos años, fue el día que más torero se sintió: “conseguí quitarme una
espinita clavada” me dijo.
Aquel año transitaba el décimo de alternativa. Y cuando parecía que la faena de Finito de
Córdoba al toro “Bodeguero” un sobrero de Roberto Puga al que le cortó las dos
iba a ser la faena premiada de la feria, saltó al ruedo “Halcón” y Ponce revolucionó aquello y se
llevó el codiciado trofeo Escapulario de Oro del Señor de los Milagros, el
segundo de su historia en Acho.
La faena la inició doblándose con el repetidor sin afligirlo hasta los medios donde construyó su obra maestra, llena de plasticidad, de temple, de dominio, porque hubo de ayudarlo a centrarse en su muleta y con la altura y distancia adecuada, surgió el toreo despacioso y desmayado, al estilo Ponce, donde los naturales resultaron de ensueño, relajado, toreando para él y muy a gusto. Una estocada entera hizo que el parladeño rodara por la arena y la apoteosis en los tendidos ¡cómo se le quiere a Ponce en Acho!
Quedará en la historia también, la anécdota que oí contar al ganadero y a la sazón Empresario de Acho Roberto Puga, contó que el nombre que correspondía para ese toro era el de “sanguinario”, esto según la costumbre española de poner a los toros el nombre de la línea materna, pues era hijo de la vaca “sanguinaria”. Sin embargo, tras el sorteo, su apoderado don Victoriano Valencia se negó a que saliera con ese nombre en la tablilla por lo que revisando la reata con la gente de la ganadería decidieron llamarlo como su padre, Halcón. Nombre de buen bajío, habría pensado don Victoriano, pues sin duda recordaría que su poderdante había indultado un Halcón en Murcia el año 1997. Récord de indultos que alcanzan 51 en toda su trayectoria (datos al 2021).
Y como estamos a punto de despedirlo en Acho, conviene
recordar la jornada de su presentación, cuando llego nuevo al año de
alternativa. Ponce se presentó en Acho
en la Feria del Señor de los Milagros del año 1991, entró por sustitución del
mexicano David Silveti, a dos tardes, primera y última, pero solo compareció en
la de cierre ferial. La empresa de Julio
Vera y Mario Paredes no se destacó por el compromiso de cumplir los carteles
que frecuentemente eran cambiados a últimas.
El 1 de diciembre, sexta de abono, hizo su primer paseíllo y fue el toro
“Canuto” del hierro colombiano Capiro del Sonsón el que se fue desorejado. Con su toreo de plasticidad estética,
preciosista, siempre templado y de mucha cabeza, empezó a desgajar en Acho las
claves de su toreo, de su concepto, de su torería, que lo llevaría a ser un
engreído de nuestra afición y a ostentar la vitola, exclusiva de pocos, de ser
“Torero de Lima”, honor que recayó antes en los maestros Procuna, Antonio
Bienvenida, Antonio Ordoñez, Angel Teruel y José María Manzanares.