Un burraco de bonitas hechuras, aceptado, del hierro de Juan Pedro Domecq, metió bien la cara en el capote de Manzanares que lo condujo con temple y cadencia, cerrando el saludo a una mano de mucho torería, de cartel. La gente desde el inicio mucho con el torero. Con la muleta lo entendió, le dio pausas y no tuvo prisas para construir una faena de mucho temple y mimo, también de mucha profundidad y hondura, acompasada, mejor por derecha porque embistió mejor el toro, que por la izquierda, donde los muletazos fueron breves pero con hondura y lentitud sutil en el trazo. Una estocada bastó para concederle la oreja, segunda de la tarde.